FRESCA
Pinto la puerta de la pieza mientras Jorge
se arrodilla para colocar el sifón del bajo mesada. Escucho que ajusta el
precinto con la pinza, abre la canilla, deja correr el agua y vuelve a
cerrarla. Todavía no prendimos el fuego ni limpiamos la parrilla. Retrasamos el
asado hasta la llegada de la nueva inquilina.
-
Capaz que se
arrepintió–dice Jorge.
- Estás
ansioso.
- Dijo
que salía de la casa de sus patrones cerca del mediodía.
- No
será que te gusta la inquilina.
- Dejá
de decir boludeces.
- Y
vos de ser tan orgulloso.
- Hace
rato que el orgullo me lo metí en el orto.
Jorge no decía malas palabras. Pero desde
que los narcos asesinaron a su hijo, es otro hombre. Antes hacia los mejores
bizcochuelos del barrio, Ahora se pasa el día construyendo piezas en su
terreno.
Le pido prestado el encendedor. Dejo el
rodillo sobre la tapa de la lata de pintura antioxidante. Fumo tres veces y le
paso el porro a ver si se tranquiliza. Vuelvo a pintar. Al rato, me habla.
-
Guarda Seba con mancharte
la remera.
-
Si Jorge, tranquilo.
-
Haceme caso Seba.
Dejo pasar el tiempo en silencio; me
preocupa dejar globitos sobre la superficie de chapa. Algunas gotas de pintura
caen sobre el papel del diario que puse
en el piso para no manchar. No soy bueno con las manos. Pero a medida que
avanzo sobre la puerta, las cosas parecen aquietarse. Pienso en el pedazo de
vacío que dejé en la heladera. Pienso en los chorizos y en la morcilla. Me
siento mejor, con el pulso firme.
De pronto, el perro de Jorge cruza el
patio a toda velocidad. Ladra frente a los yuyos que se mueven. Tiene levantada
la cresta del lomo. No veo nada. Jorge mira hacia donde el perro ladra. Deja la
pinza sobre la mesada, se quita los guantes y llama a su vecino.
-
Higinio –grita Jorge-, se
le escapó un gallo. Venga rápido que el perro tiene hambre.
Higinio viene sin remera. Le descubro el
tatuaje de tinta china en su brazo izquierdo: dice Sara, con una flecha
atravesada. No me saluda. Agarra al gallo por debajo de las alas y se lo
entrega a su mujer, que espera del otro lado del alambrado. Le dice algo en
guaraní y la mujer se mete en su casa.
-
Higinio, ni para
empanadas sirve. Dice Jorge.
-
Es para pelea. Responde
Higinio.
-
¿Pelea?
-
Si, ya ganó varias. Ahora
se viene la más importante.
-
Suerte entonces.
-
Lo mismo para usted. Dice
Higinio y se va.
Jorge vuelve a probar la instalación
eléctrica. La lamparita se prende, la lamparita se apaga. A la puerta le restan
algunos detalles. Jorge cuenta con la plata para que el abogado mueva los
papeles del caso de su hijo. Pero la inquilina no aparece y Jorge no sabe
disimular las cosas.
-
Antes era distinto –dice.
-
Antes hacías tortas,
ahora pastones-.
-
Como te gusta soltar la
lengua Seba, andá a comprar una cerveza mejor-.
-
Me hace mal tomar con el
estomago vacío-.
-
Dale Seba, haceme la
segunda. Andá a comprar-.
Agarro el envase tirado en el piso y
camino hasta la casa de Higinio. Toco el timbre. Atiende su mujer. Le pido la
cerveza más fría y que la anote a la cuenta de Jorge. Vuelvo a la pieza.
Destapo la botella con el encendedor. Dos tragos son suficientes para mí. Le paso la cerveza a Jorge.
-
Tantos malandras que se
la merecen y mataron a un pibe bueno -dice.
-
Las balas no lo saben
-digo.
Jorge sale de la pieza sin decirme nada.
Escucho que respira con dificultad. Abre la boca grande para que entre aire.
Parado sobre la montaña de arena y piedra, mira hacia la calle y toma del pico
de la botella. Es un hombre bueno, con las manos ajadas y brazos anchos. El sol
oscurece su costado izquierdo.
-
La otra noche –dice- le
pedí una señal. Y se abrió la puerta del placard.
-
Es cuestión de creer
–digo.
-
¿Qué? ¿Vos no creés?
-
Jorge, hay cosas que no
se pueden cambiar.
-
En eso tenés razón. ¿Y
ahora Seba?
-
¿Ahora? Terminé la
puerta, alcanzame la escoba.
-
Dejá todo así. Vamos a
prender el fuego que yo también tengo un agujero en el estomago.
-
No te olvides del vacío
Jorge. ¿Cierro la puerta?
-
Todavía no Seba, todavía
está fresca.
Comentarios
Publicar un comentario